Una medusa azul emerge como si estuviéramos suspendidos junto a ella bajo el agua. El pigmento se expande con un carácter orgánico, como un vertido que se abre paso en el mar, creando la impresión de un cuerpo que respira, se mueve y se despliega en silencio. Sus tentáculos caen en líneas firmes y fluidas, evocando tanto la belleza de su forma como la tensión que puede despertar un encuentro tan cercano.
El fondo claro, casi brumoso, envuelve a la medusa y potencia la sensación de profundidad y calma líquida. La obra invita a detenerse en ese instante íntimo en el que el ser humano se encuentra, de frente, con una criatura marina que flota con una fuerza tranquila.






